Hace dos días, parecía que no había ser vivo o conjunto de ellos capaz de frenar a Nikola Jokic. Hoy, la defensa de los Timberwolves parece perfectamente construida a prueba de balas, de bombas atómicas y de pívots serbios. Así es la NBA y así son los playoffs. Y en tres días, la cosa volverá a ser de otro color.
Ahora, desde luego, es del blanco y azul de los Timberwolves, que llegaron con el agua al cuello al Game 6 y respondieron con la desesperación del equipo al que solo le vale ganar, el hambre del que lo necesita y la garra de quien lo ansía. Volvieron los Wolves del Game 2, los que ahogan y asfixian a quien tiene el balón y vuelan en cuanto lo recuperan. E incluso fueron más allá que en aquella ocasión, porque esta vez la necesidad de mandar un mensaje era mayor. Esta vez no frenaron hasta situar en el marcador un doloroso 115-70, un resultado que significa que hay Game 7, que en Minnesota creen, y que los vigentes campeones son, por encima de todo, humanos.
Del 2-9 a la masacre
Los Nuggets arrancaron el partido con buenas sensaciones, mostrándose rápidos en transición y castigando los errores ofensivos de rivales para arrancar con un parcial de 2-9 que invitaba al optimismo. Y de repente, salió la luna llena, los locales se convirtieron en hombres lobo y dio comienzo una verdadera carnicería. O algo así debió ocurrir. Desde luego, las consecuencias fueron las mismas.
Minnesota llevó el partido a un punto asfixiante para Denver, subiendo el listón de intensidad y presión y acelerando el ritmo para provocar una especie de caos en el que se sintieron más cómodos. Los hombres de los Nuggets se precipitaban, tomaban decisiones erróneas acelerados por el agobio de la defensa rival, y el orden y rigor habituales en su ataque brillaron por su ausencia. Los de los Timberwolves, por el contrario, volaban cada vez que les llegaba el esférico y parecían tener claro dónde y cómo golpear. Y no fueron ni uno ni dos golpes los que asestaron, sino 20, en forma de parcial de 20-0 que dio un giro drástico a las tornas. Pero que, lejos de ser el final, era solo el aperitivo.
Es raro ver a los de Mike Malone perdidos, pero nunca esta palabra ha hecho tanta justicia a su imagen como esta madrugada. Chris Finch preparó un partido diseñado para que Nikola Jokic no pudiese jugar desde el poste, y se limitó a lanzar un dos contra uno cada vez que la bola le llegaba en el interior, obligando al serbio no solo a volver a sacar continuamente el balón sino a tener que jugar mucho más en cabecera si quería ejercer como generador. Llevarlo lejos del aro, invitarlo a tomar un tiro lejano que, aunque domina, es más cómodo para la defensa. Y ni él ni sus compañeros fueron capaces de castigar esa invitación.
Denver vivió un absoluto drama desde el triple, firmando un 7/36 (19,4%) que reforzó la apuesta de los Timberwolves de mandar dos hombres a Jokic si recibía por dentro y dejar a Gobert rondando el aro para que a nadie se le ocurriese cortar hacia él. Ante esto, los Nuggets optaron por contraatacar con el lanzamiento exterior, pero cuando estos empezaron a rebotar uno tras otro contra el aro no pareció haber plan B. Y ahí se generó un atasco que dio lugar a la peor anotación de la franquicia desde el año 2018.
Y lo más doloroso es que esa no fue la única mitad de la cancha en la que fueron arrasados.
Todos contra nadie
Porque en ataque Minnesota fue igualmente dominante. Y lo fue de maneras muy distintas y con armas muy diversas, sin necesidad de depender de un Anthony Edwards estelar como ha tenido que ser el caso en otras ocasiones. Algo que es quizás igual de ilusionante que el trabajo defensivo.
Edwards, con 27 puntos, fue el máximo anotador del partido y el mejor de los suyos en esta faceta, pero estuvo lejos de ser el único en responder. Jaden McDaniels, señalado por su escasa contribución ofensiva, dijo a los Nuggets que se ha acabado eso de dejarlo abierto en la esquina y se fue hasta los 21 tantos. Mike Conley, cuya ausencia se notó horrores en el Game 5, volvió a dar prueba de su eficacia y su buena selección de tiro; Karl-Anthony Towns no estuvo del todo acertado pero brilló en el rebote ofensivo, en el que los Timberwolves también fueron arrolladores a ratos; Gobert cumplió como finalizador bajo aro, Nickeil Alexander-Walker presumió de sus dotes como tirador… Y así, la distancia creció y creció hasta que un equipo que parece capaz de todo como estos Nuggets tuvo que asumir que los últimos 10 minutos de partido ya sobraban.
Y sin embargo, la euforia en Mineápolis debe ser la justa porque lo más difícil viene ahora. Ganar un Game 7 en el Ball Arena se antoja una misión complicada, pero tras una noche como esta sobran argumentos para que este joven equipo salga creyendo en sus posibilidades a la que puede ser su primera grandísima noche. Pero esta serie es la prueba viviente de cómo pueden cambiar las eliminatorias en cuestión de días. Mal harían los de Finch en olvidarlo.